Nava de Catalán, Antonia (1779 – 1843)

Hija predilecta de Tixtla y heroína de la Independencia. En esa ciudad nació el 18 de noviembre de 1779; murió en Chilpancingo el 19 de marzo de 1843. Fueron sus padres Nicolás Nava y María Celestina. Casó con Nicolás Catalán, de Chilpancingo; del matrimonio nacieron ocho hijos (cinco hombres y tres mujeres).

Nicolás y su familia salieron de Tixtla; llegaron a Chilpancingo y ahí radicaron poco tiempo, y luego se fueron a vivir a Jaleaca, donde los sorprendió la Guerra de Independencia. Al tener la noticia de este movimiento armado, el matrimonio Catalán se puso en camino hasta encontrar al general Morelos en el cerro de El Veladero a fines de 1810.

El Generalísimo había recibido órdenes de Hidalgo de insurreccionar el sur y tomar el puerto de Acapulco; con ese fin se avistó en Tres Palos el 4 de enero de 1811 y dispuso que en la noche Julián de Ávila, los hermanos Bravo, los Galeana y el capitán Vicente Guerrero atacaran por asalto ese lugar, logrando un triunfo completo, pues toman 800 prisioneros, 52 cajas de parque y un gran botín.

Nicolás Catalán, que era soldado apenas, peleó con valor, distinguiéndose por su arrojo. Con la cantidad de pertrechos arrebatados a los realistas, Morelos se preparó para la toma de Acapulco, en donde se presentó el 8 de febrero de 1811; para tal objeto, se había puesto de acuerdo con el sargento español José Gago, quien entregaría la plaza por dinero, pero Gago lo traicionó y en el Fuerte de San Diego fueron recibidos con fuego nutrido. Nicolás e Ibarrola iban a la cabeza del contingente, y Morelos se retiró dando por muerto a don Nicolás; mas esto no fue así, pues posteriormente doña Antonia lo encontró sano y salvo.

Después de este frustrado intento, se organizaron saliendo el 3 de mayo para Chilpancingo. Allí preparó la toma de Tixtla y con ese fin avanzó el 26 de mayo de 1811, prometiendo que “a las 12:00 comeremos en Tixtla”, ofrecimiento cumplido con asombrosa exactitud.

El general Morelos peleaba en El Fortín, teniendo dominada casi toda la plaza, cuando fue avisada doña Antonia de la muerte de uno de sus hijos; ella, con toda seriedad, contestó al caudillo, cuando trataba de consolarla: “ha muerto cumpliendo con su deber de mexicano; aquí le presento a los cuatro hijos que me quedan; tres podrán apagar el fuego del enemigo y el otro, por ser todavía un niño, que se le dé un tambor, con el cual redoble el triunfo de nuestra causa”, provocando con dichas palabras la admiración de los presentes.

Con las campañas militares del sur, Morelos pudo decir que su misión estaba cumplida, pero tomó la determinación de cohesionar el movimiento, instalando el 13 de septiembre de 1813 el Primer Congreso de Anáhuac.
Para celebrar este gran acontecimiento, doña Antonia Nava y doña María de Jesús de Nava prepararon la comida para los revolucionarios y para el pueblo. El Siervo de la Nación, después de terminada su obra legislativa, salió para Valladolid y encargó a Víctor y a Miguel Bravo la custodia del Congreso que iba a Tlacotepec; formaba parte de la escolta don Nicolás Catalán; fueron alcanzados por Gabriel de Armijo, que los seguía de cerca, y en paso de Mezcala se trabó rudo combate el 21 de enero de 1814, donde fueron derrotados los insurgentes; no obstante, lograron que el Congreso avanzara.

Por la noche, levantaron el campo que les había sido adverso y encontraron a Manuel, uno de los hijos de doña Antonia, quien por su arrojo y temeridad en el combate había hallado la muerte. En febrero de 1817 el ejército del general Nicolás Bravo y su lugarteniente, don Nicolás Catalán, se vieron obligados a fortificarse en el Cerro del Campo, lugar de difícil acceso y seguro para la defensa, situado en lo más intrincado de la Sierra Madre del Sur y a la vista de Jaleaca.

Allí alcanzó nuestra heroína la acción más brillante, y su esposo, la gloria más merecida: el honor de asociar su apellido al nombre del pueblo. Posesionados de ese punto, donde se hicieron fuertes, los sitió el realista Gabriel de Armijo; resistieron un asedio de 50 días, que había desmoralizado y diezmado a los defensores. El hambre era insoportable; débiles y sin ninguna esperanza, tenían que pelear diariamente; se habían comido cuanto animal viviente se encontraba en el lugar; era imposible resistir más; en ocasión tan angustiosa acordaron matar a un soldado por cada diez hombres para que sirviera de alimento a la tropa. Las mujeres del contingente, encabezadas por doña Antonia Nava, su cuñada María Catalán y doña
Catalina González, esposa del sargento Nicolás Bautista, enteradas de esta decisión, consideraron injusto que fueran los soldados los que se sacrificaran y decidieron que, en su lugar, debían hacerlo ellas mismas. Aunque el sacrificio no se llevó a cabo, la intención sirvió para elevar la moral y el entusiasmo de la tropa.

En ese momento, doña Antonia conminó a la tropa para intentar romper el cerco y, de esta manera, mejor morir peleando que aceptar el sacrificio de soldados para alimentarse; el desaliento se cambió en entusiasmo y los soldados, llenos de valor, olvidaron los sufrimientos al exclamar: “Buena mujer, di qué debemos hacer”, a lo que ella contestó: “Son las 11:00 de la noche, los enemigos están durmiendo; dennos armas y juntos rompamos el sitio”. Los combatientes, llenos de coraje, pelearon haciendo una honrosa salida en la noche del memorable 14 de marzo de 1817.

Poco a poco, los realistas fueron controlando el país; sólo Vicente Guerrero permanecía en la lucha por la zona de Tierra Caliente, en donde había obtenido una serie de victorias sobre Armijo: en Zirándaro, Balsas, Cutzamala, Ajuchitlán, Tlalchapa, Santa Fe, Tetela del
Río y Huetamo.

El caudillo suriano ordenó, en noviembre de 1818, la toma de Coyuca; puso sus tropas al mando de Pedro Ascencio y de Nicolás Catalán; en esa batalla demostró gran valor y arrojo Nicolás Catalán hijo, joven que ostentaba el grado de sargento primero, y en una entrega desesperante de valor y patriotismo perdió la vida; el pueblo se consternó, y como homenaje pidió fuera sepultado en la población para honrar y venerar sus cenizas, así como eternizar la acción agregando el apellido al nombre del pueblo, que ahora se llama Coyuca de Catalán.

Los hijos de doña Antonia fueron Nicolás, Manuel, Antonio y Pedro (de otro de ellos no se sabe el nombre) y tres mujeres: Teresa, María y Margarita. En relación a los varones, tres cayeron en campaña; el mayor, de quien se ignora el nombre, murió en Tixtla; Manuel, en Paso de Mezcala; y, Nicolás, en la toma de Coyuca; estos patriotas, muchachos imberbes, apenas mozalbetes, son para el estado de Guerrero lo que los Niños Héroes de Chapultepec para México.
Apodaca envió a Agustín de Iturbide a atacar a Vicente Guerrero. Llegó con 2500 hombres, más los batallones que se le unieron, y fijó su cuartel general en Teloloapan.

El 22 de diciembre de 1820 Iturbide salió de este lugar a combatir a Guerrero y a Pedro Ascencio; avanzó hasta San Martín de los Luvianos y de allí se dirigió a Acatempan; Pedro Ascencio, Nicolás Catalán y los suyos le seguían sus movimientos; se emboscaron cerca de Tlatlaya, y en la madrugada del 28 cayeron sobre la retaguardia de Iturbide acabándola completamente, obligándolo a refugiarse en Teloloapan. Después de una serie de derrotas, Iturbide concibió la idea de unirse a Guerrero y proclamar la Independencia. Acordaron, mediante comunicación epistolar, reunirse para pactar su alianza en una comunidad llamada Acatempan, lo cual sucedió, sin que los historiadores se unifiquen en cuanto a la fecha en que se dio el famoso abrazo.

Otros, como Leopoldo Carranco Cardoso, sustentan que el abrazo entre Iturbide y Guerrero se dio el 4 de febrero de 1821 en Tepecoacuilco. Doña
Antonia y dos de sus hijos estuvieron presentes en la firma del Plan de Iguala el 24 de febrero, así como en la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México el 27 de septiembre del año mencionado. Al lado de su esposo, Nicolás Catalán, cabalgaba jubilosa al ver triunfante la lucha por la Independencia de su patria.

*Fuente: Enciclopedia Guerrerense. Guerrero Cultural Siglo XXI, A.C.